Magia
- Gabriela Kesselman Lob
- 28 jun 2018
- 2 Min. de lectura
Hace mucho que escribo. Hace poco que guardo lo que escribo. Hace muy poco que releo y corrijo lo que escribo. Hace casi nada que permito que otros lean lo que escribo, y esto último marca la inflexión: pareciese que uno es escritor a partir de la mirada de los otros.
Escribir es desnudarse, pero también es disfrazarse, y el milagro se produce cuando quien te lee no encuentra la costura. Cuando la verdad y la mentira se aparean, recién entonces hemos cumplido.
Escribir es contar verdades adornadas y mentiras verosímiles, es engañar al lector en su buena fe. Es estafarlo y sentirse vencedor, cuando llora o ríe con cosas que nunca pasaron.
Hay una sola pregunta que no sé responderle a los lectores: ¿De dónde saco las ideas?
No lo sé. Juro que no lo sé. No es enigma ni misterio, es apenas vacío, ignorancia. Pura ignorancia.
Hace días que mi gato mudo maúlla.
Hace días que mi gato sedentario maúlla y salta buscando en la pared sombras que no están. Que no están para mí, porque no las veo. Él las ve. Él les maúlla. Él intenta atraparlas. Y quizás hasta lo consigue. ¿Cómo saberlo?
Y mientras mi exgato mudo maúlla en forma insistente y molesta, y mientras mi gato sedentario parece saltar al ritmo de la música electrónica buscando no sé qué en los rincones de mi cuarto, mis dedos bailan autónomos sobre el teclado. A veces al ritmo de rock pesado, a veces al ritmo de un vals.
Y de pronto mi gato se calla, sube a la cama y se acuesta en mi almohada.
Y entonces, mis dedos presionan guardar, y mi único aporte es el título.
Y yo me recuesto al lado de mi gato, que vuelve a ser mudo y sedentario y que, agotado, me apoya su patita sobre el hombro y se duerme.
Mi gato los ve, yo los escucho, ellos me dictan y simulando ser gentiles, dadivosos y comprensivos, me permiten poner el título.
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