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Cuando sea vieja

  • Gabriela Kesselman Lob
  • 16 may 2018
  • 1 Min. de lectura

—Ay, cuántos tatuajes. ¿Y cuando seas vieja y se te arrugue la piel?

Silencio. La miro. Me mira. ¿Esperará una respuesta o habrá sido una pregunta retórica?

—No entiendo —digo tan sólo para romper este silencio que me incomoda.

—Cuando seas vieja, se te van a arrugar —me afirma con una convicción espeluznante.

La miro fijo. ¿Le respondo? Es probable que se ofenda.

Que se joda por decir pelotudeces, pienso envalentonándome.

—Cuando sea vieja —digo— seguramente sufra incontinencia y use pañales. Es probable que no pueda controlar mis flatulencias. Posiblemente use también auriculares. Confundiré el nombre de mis nietos, habré olvidado los países recorridos y hasta aquellos libros cuyos párrafos creía inolvidables. Usaré anteojos para ver y olvidaré dónde los dejé, así que atravesaré cegueras momentáneas. Padeceré amnesia, y los días de humedad me dolerá horrores la cadera, esa que me operarán después de la tercera caída en una de las veredas rotas de mi Buenos Aires querido.

Silencio. Me mira. La miro.

—Entonces, explicame, querida —le digo— por qué debería importarme que los tatuajes se me arruguen, si ni siquiera recordaré haberme tatuado.

Gabriela Keselman

Abril 2017

 
 
 

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