Sesenta y cinco
- Noemí Medina
- 20 mar 2018
- 1 Min. de lectura
Sesenta y cinco, pensó Pedro frente a las velitas de la torta que le habían cocinado y decorado sus hijas. Y empezaron los comentarios: —Te llegó la hora, Pedrito. —¿Qué vas a hacer con tanto tiempo para vos? —Dale, soplá. —No te olvides de los deseos. Ya no le quedaban muchos deseos para pedir, excepto retroceder el tiempo y volver a tener a la única mujer que de verdad valía la pena. Ella lo había dejado. No hay otro, pero ya no te quiero. Estoy confundida. Necesito un tiempo, y todas esas mentiras. Armó su bolso una tarde y se fue a buscar otros rumbos. Y él, que la miró partir sin decir una palabra, pensó que ella volvería pronto. Cómo se equivocó. Si hasta la sociedad le estaba echando en cara lo viejo que estaba.
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