Amor de madre
- Noemí Medina
- 18 mar 2018
- 2 Min. de lectura
Amor de madre
Ella era joven, muy joven, no había llegado a los veinte. Vivía en un pueblo chico, de esos que están llenos de callecitas pintorescas y de gente de bajos recursos.
Podría haber sido feliz, de no haber cometido un error fatal: enamorarse.
Y no sólo se enamoró, sino que se entregó a ese hombre.
En aquella época, quedar embarazada sin haberse casado era la deshonra más grande que una familia podía tener. Y, desde el momento en que se conoció su estado, su padre se lo hacía sentir.
Cuando empezó a crecerle la panza, ya no pudo ocultarlo más. Su vida se transformó en un martirio sin escapatoria. No tenía recursos para irse del pueblo. Y su familia ya la había condenado.
Cada día era más difícil soportar el ambiente de su casa. O tal vez era que el bebé —desde el vientre— la estaba absorbiendo. O ambas cosas.
Cuando llegó el momento, según la costumbre, llamaron a la partera. Y su padre desapareció como por arte de magia, dejando a las mujeres hacer el trabajo duro.
Catalina, muy cómoda en ese mundo acuoso que la protegía, no quería salir. Pero cuando salió, irrumpió a llorar con tanta fuerza, que parecía presentir el futuro de su madre y el suyo propio.
La trémula madre primeriza miró con lágrimas y mucha ternura a esa bebé que la abuela se llevaba en brazos, en el mismo instante en que su padre llegaba. Traía algo, un vaso diminuto. No: la tapa de un frasco recién llegado de la farmacia.
Ella intentó leer la etiqueta por entre los dedos, pero pronto entendió que no era necesario, el líquido seguramente prometía sueño eterno sin dolor.
Necesitó juntar todas las fuerzas que le quedaban para tomarse de un trago todo el contenido del vasito. Luego cerró los ojos, intentó no pensar.
Es increíble que la pequeña Catalina, que hoy tiene ochenta y pico, sea la bisabuela más amorosa que conozco, a pesar de no haber conocido el amor de madre.
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